domingo, 11 de abril de 2010

Olas y Caballos. Testimonio de María Álvarez



Su nombre es María Elba Álvarez González, de 78 años, dueña de casa.

"Ese día me encontraba en mi casa lavando ropa, que queda en el sector de Caballén (Peime). Estaba sacando agua del pozo que se encontraba enfrente de la casa, cuando de pronto se escuchó un ruido terrible y todo se comenzó a mover, me abracé a un árbol que había al lado del pozo y veía como la tierra hacía olas y la casa iba y venía, las puertas y ventanas se abrían y cerraban. Nunca había visto nada igual, no grité y sólo pensé que era el fin del mundo .No sé cuanto tiempo duró, me pareció una eternidad y cuando por fin paró, corrí para ver a mi hijo Alejandro de un año y medio, quien había ido con su abuela Susana y la señora Carmen Rute al molino en donde mi esposo René, mi suegro Ernesto y otro caballero más estaban moliendo trigo, gracias a Dios estaban todos bien, asustados no más.

Fue René quien se dio cuenta de que el mar venía, porque después del terremoto montó en su caballo y se fue a Peime a ver a su hermana Amelia que se encontraba sola con sus hijos, ya que su marido Demetrio Barría se había ido en la mañana a la isla Sebastiana. Cuando llegó al cerro miró al mar y vio que avanzaba, pasando el río, el cual se encontraba como a 500 metros de la casa; entonces dio media vuelta y regresó a todo galope y nos dijo que teníamos que huir como pudiéramos a Peime, pues era el cerro más alto, que el mar ya venía llegando a la casa. Salimos como pudimos, unos pocos a caballo y el resto a pie por un atajo cortando los alambres de los potreros.

Después que pasó la primera ola, la cual llegó hasta la casa misma, pero sin tanta fuerza, René volvió a la casa a buscar un poco de comida y allí lo sorprendió la segunda ola, por suerte logró escapar tomando atajos para llegar al cerro. Ese momento fue muy triste, aunque yo no lo sabía, pero mi madre que vivía en la isla Amortajado había salido a mariscar después de almuerzo con otras vecinas que se salvaron pero a ella se la llevó el mar y nunca más supimos de ella. Me enteré de su desaparición al día siguiente cuando mi hermano Gerardo vino en bote desde la isla para avisarme.

La vida después del terremoto cambió mucho, las réplicas se sentían todo el día y vivíamos a sobresaltos, nadie dormía con tranquilidad y no nos atrevíamos a volver a nuestra casa. Nos quedamos por espacio de dos meses en el cerro, durmiendo en una cocina de fogón de los vecinos. Cuando queríamos llegar a Carelmapu lo hacíamos a caballo y cruzábamos en bote el río y los caballos los pasábamos a nado. En ese tiempo todavía no estaba construido el camino asfaltado, así es que había que viajar por un camino vecinal.

Nos alimentamos con carne de los animales que el mar había traído, les sacábamos el cuero y poníamos a ahumar la carne. Además el gobierno nos envió legumbres, abarrotes y vestuario que llegaron por medio de un helicóptero. El agua se sacaba de un pozo para preparar nuestra comida y lavarnos nosotros y nuestra ropa. La gente de esa época estaba menos acostumbrada a las comodidades que hoy existen. Se puede decir que sobrevivíamos y no lo pasamos tan mal.

Después de dos meses decidimos retornar a nuestra casa y en primer lugar tuvimos que acomodarla, ya que el mar la había movido unos 10 metros, después hubo que limpiar, secar lo que se podía y poner en pie todo lo que se había caído. Los animales vacunos hubo que buscarlos en el monte, no querían bajar, las ovejas estaban casi todas muertas, las aves también. La mejor tierra (una vega) que limitaba con el río Pedro Nolasco se convirtió en una ciénaga y nunca más se pudo volver a plantar papas ni trigo".

Grupo Nº 2 Dirigido por Profesora Sonia Cubate Álvarez

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